¡Dime! ¿Dónde han ido a parar las flores? ¿Las flores de la alegría de vivir, las flores de las cosas bellas y buenas?... ¿Dónde están?
¿En el telediario, en los reportajes y en las conversaciones cotidianas? Están muertas y ahogadas bajo una avalancha de noticias de odio, de violencia, de homicidios, de escándalos grandes y pequeños. Nadie ve las flores. Nadie oye hablar de ellas.
Han muerto marchitas en la carretera de los vendedores de sensacionalismo y en los labios de los profetas de catástrofes.
¡Dime! ¿Dónde han ido a parar las flores? Las flores de los pequeños dones recíprocos. Las flores del mutuo don de sí. De la esposa al marido. ¡De todas las personas, unas a las otras! ¡Han muerto a causa de nuestra necedad, ahogadas en nuestras vacías pasiones, en nuestra pequeña guerra fría!
¡Dime! ¿Dónde han ido a para las flores de aquellas pequeñas alegrías que existían en nosotros y que podíamos ofrecernos los unos a los otro?
Tú tienes un corazón y hay alguien que necesita de ti.
¡Prepara las flores!
¡Para muchos la vida es estéril! Porque no conocen la amistad, porque nadie los quiere. Por más que la busquen, no existe para ellos una señal de simpatía o de afecto. ¡Para ellos nunca florece una flor! Y, sin embargo, ¡las flores realizan milagros! ¡No es necesario que sean exóticas o caras! Flores corrientes, sencillas: una sonrisa, una palabra amable, un gesto amigable.
La flor más sencilla, si sale del corazón, habla de un trozo de cielo sobre la tierra, donde los hombres son ángeles, donde, por cada angustia, por cada sufrimiento y cada lágrima existe un dulce consuelo, donde, los unos a los otros, los hombres se abran como flores.