que me adueño de la luz que le escondes a mi vida;
que tus altares de papel
no me esquivan con su aliento;
que te compro los instantes inherentes a tus sueños.
Ya no sé si bendecir el haberte conocido
o maldecir el segundo en que mi rostro
se atrevió a mirar tus ojos negros.
Deliro en tu cabello, en la tibieza de tu espalda,
en la exquisita sensatez de tu voz en mis oídos.
Reconstruyo con valor tus huellas en mi almohada,
inventando que te tengo, desvariando mi verdad,
diciéndole mentiras a mi emoción y mi argumento.
Me enajeno en el olor de tu recuerdo,
seduciendo mi razón con el dulce sabor de lo prohibido