No tenemos, pues, un relato periodístico e inmediato de los hechos, sino una narración escrita más de ciento cincuenta años más tarde.
Tener esto en cuenta es fundamental, dado que en el momento en que se escribieron estos textos se vivía una situación sin precedentes: a fines del siglo IX el hasta entonces incontestado dominio árabe en al-Andalus atravesaba una crisis muy profunda. Graves rebeliones se extendían por todo el territorio y en algún momento parecieron que iban a acabar con el emir omeya, encerrado en los muros de Córdoba.
Muchos pensaban que el ocaso del islam en la península estaba próximo, pues circulaban profecías musulmanas, cristianas e incluso judías que vaticinaban el fin del dominio árabe instaurado en el año 711.
Si los presagios eran ciertos, el entonces rey astur Alfonso III podía verse pronto gobernando en toda Hispania después del hundimiento de al-Andalus.