Si ustedes conocen a un medievalista y quieren hacerle pasar un mal rato, pregúntenle por la batalla de Covadonga.
¿Realmente se produjo esa célebre batalla? ¿fue Pelayo el jefe de un grupo de visigodos que huyeron a los Picos de Europa para resistir a los árabes?
¿murieron allí más de ciento veinte mil musulmanes?
Cuando alguien me plantea tales preguntas, confieso que me entra cierta aprensión motivada por la complejidad y vacilaciones que existen sobre el asunto. El nuestro es, además, un país aficionado a las verdades tajantes en los temas históricos, de tal manera que lo más probable es encontrarse bien con algún fervoroso partidario de ver en Covadonga el glorioso inicio de la Reconquista, bien con quien desea ver en el episodio una muestra de la identidad ancestral de los pueblos astures, o bien con ese grupo de escépticos a los que últimamente les ha dado por decir que todos estos sucesos no son más que mitos a los que seguimos agarrándonos los historiadores por no tener nada mejor que hacer.
Ninguno de estos grupos tiene razón alguna, lo que no obsta para que se apropien de parte de lo que se puede decir del asunto para convertirlo en su "histórica verdad", tan exclusiva como excluyente.