Hasta que un día ella no aguantó más y reclamó airadamente
al peluquero, que -como modo de castigar al loro por su mala
conducta- lo pintó de negro.
Al día siguiente ella pasó por la peluquería y el loro, ahora
pintado de negro, no dijo absolutamente nada.
La mujer, triunfante, lo provocó:
Ahora estás calladito, no?