Confiamos en las excusas para evitar los riesgos,
para explicar el fracaso, para resistirnos a los cambios,
para proteger nuestro amor propio.
La excusa es una forma de decir...
No es mi culpa.
Es curioso, pero la inteligencia no es una defensa contra las excusas.
Si podemos salvar el primer obstáculo
y despertar de nuestro letargo,
podemos invertir la gravedad emocional.
Podemos hacer que funcione a nuestro favor y no en contra.
Si nos obligamos, por muy deprimidos que estemos,
a ir a una fiesta, es probable que
en algún momento nos sorprendamos
charlando animadamente y nos olvidemos de nuestra depresión.
La sociabilidad desplaza a la tristeza,
la mente no puede contener las dos actitudes a la vez,
por lo menos no con la misma intensidad.
Comprometernos, involucrarnos, obligarnos,
son los mejores remedios para combatir
la parálisis emocional,
la naturaleza nos creó para ser criaturas curiosas,
inquietas, creativas. El estado de inercia no es el normal.
Las excusas nos mantienen inertes,
el truco para dejar de poner excusas consiste simplemente...
en dejar de ponerlas. En establecer un límite,
dicen que el infierno está empedrado de buenas intenciones...
las excusas son las piedras que cubren el