Quisiera no tener que dejarte nunca, pero pareciera que junto a ti, solo encuentro dolor.
En algún momento de tu relación, llega el punto en que te das cuenta que esa relación en la que estás, por más que intentas hacerla funcionar, cada vez empeora más.
Al fin comienzas a abrir los ojos, a darte cuenta que no puedes hacer florecer a una rosa en tierra árida. Aunque la riegues y la cuides, la verdad, es que jamás florecerá. Puede que alcance a crecer un poco, así como la esperanza dentro de ti, pero se marchitará antes de que puedas darte cuenta.
Sin embargo, como buena mujer guerrera, no te rindes, al menos no de manera tan fácil. Pasan los años y con ellos vas agotando cada una de las posibilidades para hacer que esa pequeña semilla que con tanta ilusión plantaste, se convierta en la bella flor que tienes en mente. Pero cuando te das cuenta que esa flor, sólo existe en tu imaginación y la realidad es que, a pesar de los esfuerzos que pusiste en hacerla florecer, no ha brotado nada de ella, solo sigue igual que al principio.
Cada día las esperanzas van muriendo dentro de ti. Las espinas de esa flor que tienes en la mente y en el corazón van desgarrándote cada vez más, y por más que intentas dejarla marchitar, te das cuenta que junto con ella, te marchitas tú, así que una última vez, intentas hacerla florecer, sin darte cuenta que las espinas son cada vez más filosas y no sabes qué duele más, si el sentimiento que nace de ti al verla marchitar o el dolor que provocan sus espinas al querer hacerla germinar.
Poco a poco te das cuenta que la nostalgia que te da al verla palidecer, al ver cómo todo ello se encoge hasta transformarse en nada. En algún momento pasará, mientras que el dolor de las espinas resulta ser cada vez más real; y es ahí cuando decides, soltarla y dejarla marchitar.
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