Hace unos días, al abrir las páginas de una revista, vi un anuncio cruel, pero significativo:
Un cupido angelical, de bruces, con las alas marchitas y una flecha clavada en la espalda.
Tan fuerte es la imagen, que no recuerdo qué producto anunciaba.
Para mí, no era un anuncio, era una incisiva denuncia: ¡Estamos asesinando al Amor!
Cada año que pasa, nos queremos menos. Nos queremos menos a nosotros mismos y cada día
algo dejamos de querer a los demás. Necesitamos reconocerlo.
No hay salidas: El aprecio por la dignidad humana cada día parece ser menor
y la falta de consideración hacia lo que nos rodea, se nota más y más,
a pesar de muchos buenos deseos y muchos buenos propósitos.
La realidad no es pesimista. Los pesimistas somos nosotros que acentuamos
de esa realidad que nos vive, sólo los ángulos egoístas, rastreros, comodinos y ambiciosos.
Nos están contagiando los virus mentales más terribles de la humanidad:
La depresión, el desinterés, la fatiga, la inseguridad.
¿Verdad que en algunas ocasiones nos sonaron muchas veces forzadas las frases de "Feliz Navidad" y "Feliz Año Nuevo"?,
o porque quien las decía no las creyó o porque nosotros no queríamos creerlas.
Es que a veces, perdemos la perspectiva de nuestra existencia al escuchar los rumores fatales,
los susurros angustiosos, las murmuraciones insidiosas.
Antes, quizá oíamos las mismas quejas, pero las combatía nuestra fortaleza, nuestro optimismo, nuestra seguridad.
Nuestra perspectiva no se modificaba por desequilibrios normales de la historia o de la triste condición humana.
Pero ahora...
¡Ahora es tiempo de recuperar lo que somos por dentro, ese algo único que se ve desgastado por el cerco de aullidos externos,
de crujientes pronósticos y de fatalismos que exhiben sin descanso la radio, la prensa, el cine o la televisión!
Ahora es tiempo de decir: ¡Basta!
Pero desde el fondo de nuestro corazón, de ese mismo corazón que tantas veces han traicionado
y que no pierde su noble capacidad de creer.
No asesinemos el amor.
¡Ahora lo necesitamos más que nunca!