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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: Canela7507  (Mensaje original) Enviado: 22/10/2015 10:08
 
 
 
 
 
 
 
Sobre el silencio de aquella noche de
 octubre se escuchaba un carraspeo de hojas secas.
 Pese a la leve bruma, podía distinguirse
 la extenuada figura de Vicente junto al nogal.

Vicente cuidaba del jardín después de que
 los propietarios de la mansión hubiesen 
abandonado aquel. Sus cansados brazos 
desplazaban rítmicamente el rastrillo, despejando 
el suelo allí donde antes hubo una rosaleda inundada de alegría,
 en la que jugaban los niños de una familia 
feliz. Los pequeños acostumbraban a pasar las mañanas 
correteando con sus improvisadas espadas 
de ramas y periódicos enrollados. 
Pero tan pronto como la familia se marchó, 
desapareció el fulgor del sol.

Vicente trajo a su memoria la risa inocente del pequeño Ignacio. 
Entonces elevó la mirada hacia una
 de las ventanas de la casona y 
le atrapó un estado de desconcierto.

El mango del rastrillo se escurrió de sus manos y,
 a trompicones, se dirigió hacia el
 interior de la mansión. Mientras,
 el viejo nogal empezó a mover las ramas,
 como si quisiera advertirle...

En el vano de aquella ventana se asomaba 
un niño cuyo cuerpo estaba atravesado por una barra de hierro.
 Pero no parecía sufrir, pues alzaba los brazos y sonreía.

Vicente subió las escaleras, avanzó por un largo corredor, 
abrió la puerta del cuarto y, 
cuando se disponía abrazarse con Ignacio, 
los vidrios se ensangrentaron.

El cuerpo del jardinero traspasó la ventana, cayó al vacío y,
 al romperse contra el suelo de la rosaleda, 
se clavó los dientes del rastrillo.

Apareció el pequeño Ignacio a su lado.
 Con una fuerza desproporcionada 
para un chico de su edad y tamaño, 
agarró el cuello de Vicente y lo arrastró
 hasta la base del tronco, en donde 
se pudieron ver los cuerpos de otro niño,
 de un hombre y una mujer, 
y del ama de llaves que había cuidado aquella propiedad.

Ignacio tomó la barra de hierro y,
 haciendo fuerza sobre ella, 
la extrajo de su abdomen para 
colocarla entre las manos del cadáver del niño.

-Hermano, juguemos –le dijo-.
 Te he traído a Vicente para que se una a nuestra alegría.

Pero no obtuvo respuesta, 
lo que provocó en él una mueca de ira.

El pequeño se retiró enfurecido al interior del edificio, 
subió las escaleras, 
avanzó por el pasillo y se encerró en la habitación,
 decidido a esperar la llegada de 
una nueva persona a la que añadir a su colección de juguetes















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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: Fe Consuelo Enviado: 22/10/2015 12:58

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: Sol Solgraficos Enviado: 22/10/2015 13:47


 
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