Señor:
Me diste la vida para cosas sencillas:
para oler las manzanas y las rosas,
para que el sol evapore
las gotitas de mar que mojaron mi piel,
para que mi oido distinga
el canto del zorzal
y el sonido del viento entre los álamos,
para que mi voz redondee
la palabra en el aire,
para que mis manos
se tiendan en el gesto sublime de dar
y el gesto humilde de pedir y recibir.
...
Tú, Señor, que me diste la vida
para cosas sencillas,
entenderás por qué me rindo.
Porque no sé
manejarme con cosas complicadas
como muertes y ausencias
y traiciones y soledad.