EL PIBE ERNESTO
Una llovizna fría y monocorde
caía aquella noche tan helada
y Paulos desde el piano hizo un acorde
para avisar que el tango comenzaba.
Viejo café Marconi donde actuaban
los dos hermanos Paulos y Luiggín;
Sus tangos eran tristes y lloraban
en el fuelle y las cuerdas del violín.
Llegaba del billar el golpe seco
del taco sobre el flanco de la bola
multiplicado a veces por el eco
de la tan estudiada carambola.
Penumbra y humo en aquel ambiente;
los pocos parroquianos que allí había
escuchaban fumando la elocuente,
tristona y callejera melodía.
De pronto, de la calle entran corriendo
dos sujetos nerviosos y empapados,
sorprendiendo al café e interrumpiendo
el tango en ese instante comenzado.
"No se asusten, amigos, que no es nada...",
dijo uno de ellos y tiró el sombrero.
"Dame el violín...", le dice al que tocaba,
"y síganme este tango compañeros".
Por los fondos fugó el otro sujeto
mientras los sorprendidos parroquianos
escucharon de pronto que el cuarteto
con bríos atacaba el entrerriano.
El perseguido, que era un gran tanguista
de brillantes y alegres pizzicatos
no perdía la puerta de su vista
con miradas de fieros desacatos.
Un joven oficial y dos agentes
entraron al café mientras el tango
cómplice continuaba indiferente
con su característico arremango.
Andaban persiguiendo los sabuesos
a dos que habían peleado a un conventillo
y por lesiones graves irían presos
estos manos-bravas del cuchillo.
Miró la policía a uno por uno
recorriendo las mesas, pero nada.
De los que había ahí no era ninguno
y la casa fue toda requisada.
Desorientados por no hallar las piastas
salieron del café muy contrariados,
aquel inesperado violinista
los había hábilmente despistado.
El que había cometido esa impostura
jugándose con gracia todo el resto
era un travieso músico, figura
muy conocida como El Pibe Ernesto.
Y el otro que en los fondos buscó abrigo
era un fueye llamado El Inglesito**.
El tango los salvó como un amigo
que acostumbra a agrandarse en el delito.
ENRIQUE CADICAMO