La capacidad de reírse de uno mismo es una sana actitud para enfrentarnos a la vida, es un recurso muy útil para aprender a distanciarnos y alejarnos emocionalmente de los problemas. Nos permite disfrutar lo cotidiano y escoger cómo queremos sentirnos. El saber reírse de sí mismo, el humor, la alegría, es una apertura al placer de existir, de ser más y mejor. El humor cura y tranquiliza. Nos permite enfrentar nuestras angustias para superarlas.
Cuando hay una persona que se ríe de sí misma; pienso que puede ser una persona con capacidad de cambio, con posibilidades de interpretar el mundo y a sí mismo de otra forma, con posibilidad de mejorar. En definitiva, la capacidad para reírnos de nosotros mismos es algo muy sano, que indica que somos tolerantes con nuestras imperfecciones, que somos auto-críticos y capaces de revisar el pasado y construir un mejor presente, y nos proporciona por tanto, un buen ajuste psicológico.
Aquel que es capaz de reírse de las flaquezas y miserias, propias y ajenas, no es un insensible, sino alguien que está fuertemente armado contra la depresión, el terrible flagelo de nuestros tiempos. Y, de esta manera, se manifiesta la fuerza y la sensibilidad necesaria para combatir con éxito la amenaza constante de la tragedia, de la frustración, del inmovilismo, de la flaqueza humana.
El Hombre o la Sociedad necesitan, como todos reconocemos, de algunas opciones para corregir los errores del recorrido de la vida que tan caros nos salen, la forma ideal de abordar ese combate es a través del humor o, como ya reconocía Molière, de la comedia: «el deber de la comedia es corregir a los hombres divirtiéndolos».
Con humor, la vida se ve desde otro ángulo, más positivo. El humor siempre ha de estar acompañado de buen sentido para encontrar el equilibrio y la paz interior. El clérigo llamado Henri Ward Beecher hizo un comentario muy acertado: ”Una persona sin sentido del humor es como una carreta sin amortiguadores: se ve sacudida por todos los baches del camino”.
d.a.