Por un lado están las personas excesivamente tímidas o introvertidas, que por su propia manera de ser, huyen de las relaciones sociales, no se encuentran cómodos en reuniones o tratando con gente a la que no conocen ampliamente. Su propia inseguridad les hace en ocasiones actuar torpemente, lo que les produce mayor inseguridad aún.
Por otro lado, existe otro tipo de personas bien distinto, suelen ser personas abiertas y extrovertidas, pero con una facilidad innata para meter la pata. Son los típicos impertinentes, que a diferencia de las personas con talento social, tienen una pobre capacidad de observación y análisis. En ocasiones su afán de protagonismo les lleva a hablar demasiado y a cometer grandes torpezas en su trato con los demás, lo que hace que éstos huyan de ellos despavoridos.
La falta de habilidad social no es siempre una condición innata en las personas, muchas veces se debe a la falta de educación al respecto.
Por eso hay una serie de normas que siempre hay que cumplir para empezar a tener una buena convivencia con los demás e ir adquiriendo ciertas habilidades sociales y un mayor grado de aceptación social.
- Seguir unas normas básicas de educación pidiendo las cosas por favor y pidiendo perdón o dando las gracias cuando sea conveniente.
- Observar a nuestros interlocutores e interpretar los signos que éstos emiten en sus rostros, en sus palabras o gestos para saber cuándo hay que cambiar el tema de una conversación o cuándo debemos poner fin a ésta.
- Escuchar con respeto y atención cuando hablen los demás.
- Evitar la intromisión en la vida del otro más allá de lo que éste lo permita.
- Aprender a mantener con soltura una conversación circunstancial con personas a las que conocemos poco o nada.
- Ser afables en nuestra manera de dialogar y no tomar actitudes hostiles con nuestros interlocutores.
- Tampoco es lo mejor para hacer amigos tomar actitudes de superioridad o paternalistas, ni hablar como si siempre estuviésemos en posesión de la verdad
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