ME DA USTE CANDELA?
Perdone usté, caballero. ¿Quiere usté darme candela? Mil grasias... er farolero que ensiende esta callejuela parese que s'ha dormío... no es sitio muy de mi gusto... tan solo... tan escondío... como pa llevarse un susto. Claro que, pa dos valientes que sargan desafiaos, éste es un sitio imponente... y pa los enamoraos, cuando la luz se retira y viene ya anocheciendo y él va disiendo mentiras y ella se las va creyendo. ¡Qué casualidá, señores! a usté lo conozco yo. ¿Usté no se llama Flores y vive en Amor de Dio? ¿Dónde le he visto yo a usté? Tal vez en la barbería o en la Puerta de Jeré, o en una fotografía, sobre un marco mu bonito de peluche carmesí... y escrito: “a mi Rosarito, de su nene Pedro Luí”. Es una condisión rara que tienen los de mi quinta, que en contemplando una cara ya nunca se nos despinta.
Si Sevilla es un pañuelo... ya ve usté qué grasia tiene... Yo, ar pronto, dije —¡un mochuelo! Y resurta que es... er nene. Con su buen sigarro puro, su tirilla armidoná y metiéndose en lo oscuro como un hombre de verdá. Y es que, por esta calleja, se corta pa Puerta Osario, pero allí no está la reja de esa muchacha, Rosario. Allí hay unos ojos verdes de bicho de mal agüero, que el que los mira, se pierde... ¡No vaya usté, compañero!
Esa Marijuana Sánchez que le espera en el zaguán, tiene ya cuatro reenganches y sabe más que Briján. Con esto, yo no le quito que vaya usté donde quiera... tó pué sé que... Rosarito, cuando se entere, se muera. Pero, claro, usté es un nene grasioso y enamorao, con buen tipo y muchos bienes y novias por toos los laos. Rosario... una menudencia; bonitilla... y sin parné; pero tiene más desensia que toa su casta de usté.
Y da la casolidá que, desde que ella ha nasío, cuando tiene que firmá firma con mis apellíos. Der coló de la senisa se le pone a usté er semblante y es que er corazón le avisa de lo que tiene delante. sí señó... un banderillero que estaba ayé en Venesuela y hoy es er duende primero de esta oscura callejuela. Y se tropieza a un tal Flores, tan siego y tan temerario, que le está mintiendo amores a esa muchacha... Rosario.
Y er duende, con voz muy baja, se acerca y le dice ar tá: —“encárgate la mortaja si vuervo a verla llorá.”
¿Por qué te callas? ¿qué piensas? creí que eras más valiente. ¿O es que ya te da vergüenza burlarte de una inocente? A Dios der sielo le pío que te pongas en rasón, porque tengo desidío buscarme la perdisión. Porque ese nardo, ese lirio que a ti tanto te divierte, la quiero yo con delirio, con fatiguitas de muerte.
Porque es la viva pintura de una santa que murió dejándome esa criatura pa que la criara yo. Y he sembrao er mundo entero de pares de banderillas para ponerle en enero los Reyes a mi chiquilla. ¡pa que ahora venga un tunante, le jure y ella lo crea! ¡y asín que s'acabe er cante: “buenas noches y ahí te queas”! Al que quiera intentar eso con la fló de mis entrañas, le pongo er pie en er pescuezo lo mismo que a una alimaña.
Si se casa usté argún día y er sielo le da un chavá dirá: “¡qué rasón tenía er que me quiso matá!” que a eso na más he venío, ¿a qué andarse con pamplinas? en justicia yo he debío clavarlo a usté en una esquina.
Pero, en fin, de usté depende. Lo conozco... y usté a mí. Y aquel que a mi niña ofende que se ponga a bien morí. ¿Se va usté pa Puerta Osario? ¡No se meta usté en belenes! ¡Yo me voy con mi Rosario! ¡Mi Rosario...! ¡Condiós, nene!
Rafael de León |