QUERIDTodos tenemos claro, más o menos, que el orgullo es un lastre inútil e inconveniente en nuestras relaciones. A pesar de eso, hay muchas personas que aún lo siguen utilizando, a veces a pesar suyo, y lo llevan como bandera, para salvaguardar su estima personal.
¡Cuántas amistades, cuántas relaciones se fueron al traste por culpa del orgullo! ¡Cuánto trabajo cuesta a veces dirigirse a alguien, preguntarle qué le pasa, decirle que lo queremos! Esperando que él de el primer paso, se nos pasa el tiempo prudente en que sería fácil y cómodo solucionar algún malentendido, o una situación poco clara.
Y luego, cada vez es más difícil; cuanto más tiempo pasa, nos parece menos adecuado dar ese paso que nos abriría de nuevo las puertas hacia esa amistad, o esa relación perdida...
Pero, ¿qué hay cuando lo que sucede es lo contrario? Cuando una persona, por tanto prescindir de esa carga estúpida que es el orgullo, no sabe cuándo está poniendo en juego su propia dignidad. Cuando alguien duda sobre si está traspasando o no los límites, a veces no demasiado claros, entre estas dos opciones...
Esto puede ocurrir cuando en una relación, una de las partes peca de orgullo, y la otra de lo contrario. ¿Hasta dónde se debe llegar? ¿Cómo se puede saber si es el orgullo lo que está frenando a esa otra persona, o, simplemente, es que no le interesa tu amistad?
Supongo que el tiempo debe dar la respuesta, y no debería ser un tiempo excesivamente largo. Y también el corazón, él nos debe guiar en nuestros pasos, pero siempre, siempre, ante la duda, es preferible volverlo a intentar, mientras quede alguna esperanza. No hay por qué creer que se pierde la dignidad por eso.
Ana María FernándezA AMIGA
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