Las lluvias monzónicas habían llegado a la India.
Era un día oscuro y llovía torrencialmente.
Un discípulo corría para protegerse de la lluvia
cuando lo vio su maestro y le increpó:
- Pero, ¿cómo te atreves a huir de la generosidad del Divino?,
¿por qué osas refugiarte del líquido celestial?
Eres un aspirante espiritual y como tal deberías
tener muy en cuenta que la lluvia es un precioso
obsequio para toda la humanidad.
El discípulo no pudo por menos que sentirse profundamente
avergonzado.
Comenzó a caminar muy lentamente, calándose hasta los huesos,
hasta que al final llegó a su casa.
Por culpa de la lluvia cogió un persistente resfriado.
Transcurrieron los días.
Una mañana estaba el discípulo sentado en el porche
de su casa leyendo las escrituras.
Levantó un momento los ojos y vio a su gurú corriendo
tanto como sus piernas se lo permitían,
a fin de llegar a algún lugar que lo protegiera de la lluvia.
- Maestro -le dijo-,
¿por qué huyes de las bendiciones divinas?
¿No eres tú ahora el que desprecias el obsequio divino?
¿Acaso no estás huyendo del agua celestial?
Y el gurú repuso:
- ¡Oh, ignorante e insensato!
¿No tienes ojos para ver que lo que no quiero
es profanarla con los pies?
*El Maestro dice:
Los que no ejemplifican sus palabras con sus actos
siempre encuentran una manera de justificarse.
Tomado de “Cuentos
Clásicos de la India” recopilados por Ramiro Calle