Sucedió esta aventura
en el Reino de Costura.
Lloró una tarde Dedal:
—¡Ay! ¡Que todo nos va mal!
Y citó a sus compañeros,
juntito al alfiletero.
Con banderas y carteles
llegaron los carreteles.
Entonaron las tijeras
una marcha bochinchera.
Se acercaron los ovillos,
los botones más sencillos,
las agujas de coser
y hasta el último alfiler...
Dedal, nervioso, tosió
tuvo hipo y carraspeó.
De pronto dijo: —¡Atención!,
el Rey Broche de Presión
vive alegre en su castillo
de papel crepé amarillo,
soplando por el balcón
lindas pompas de jabón,
sin saber que estamos tristes
cual canarios sin alpiste...
Hay que ir a visitarlo
a nuestro rey e informarlo!
Todos pronto —¡¡¡Sí!!! —dijeron
y contentos aplaudieron.
—Pues entonces, compañeros,
que suba al alfiletero,
que dé ¡ya! un paso adelante
quien sea representante,
quien se marche como tal
hacia el palacio real
en cajita de carey
a protestar ante el rey.
Doña Aguja de Tejer
dijo: —Yo no sé qué hacer...
El Conde Alfiler de Gancho,
con su bastón y su rancho
y fumando un rico habano
dijo: —Me lavo las manos...
Don Carretel de Hilo Rojo
—puro barba y anteojos—
dijo, en una voltereta,
—Es mejor que no me meta.
Alfiler de Cabecita
tarareó una vidalita
y alisándose el vestido
se hizo el desentendido.
El más gordo Ovillo de Hilo
se tomó su té de tilo,
se abanicó, en su sillón,
con la hoja de un malvón
y comentó con desgano:
—Yo no sirvo... soy anciano.
Doña Aguja de Crochet
hizo un paso de ballet
y girando se la vio
pero... desapareció.
Así entonces, cada cual,
se disculpó ante Dedal.
Y se fueron, en hilera,
las agujas... las tijeras...
Arrastrando los carteles,
el grupo de carreteles,
las agujas de coser
y hasta el último alfiler...
Archivó el caso Dedal...
y ya todo siguió igual.