Es imposible atravesar la vida sin que un trabajo salga mal hecho, sin que una amistad cause decepción, sin padecer algún quebranto de salud, sin que un amor nos abandone, sin que nadie de la familia fallezca, sin equivocarse en un negocio.
Uno crece cuando no hay vacío de esperanza, ni debilitamiento de voluntad, ni pérdida de fe.
Uno crece cuando acepta la realidad y tiene aplomo para vivirla, cuando acepta su destino, pero tiene la voluntad de trabajar para cambiarlo.
Uno crece asimilando lo que deja por detrás, construyendo lo que tiene por delante y proyectando lo que puede ser el porvenir.
Crece cuando se supera, se valora, y sabe dar frutos.
Crece cuando se abre camino dejando huellas, asimilando experiencias… y echando raíces.
Uno crece cuando se impone metas sin importarle comentarios negativos ni prejuicios, cuando da ejemplos sin importarle burlas ni desdenes, cuando cumple con su labor.
Uno crece cuando se es fuerte por carácter, sostenido por formación, sensible por temperamento… y humano por nacimiento.
Uno crece cuando enfrenta el invierno aunque pierda las hojas, recoge flores aunque tengan espinas, y marca camino aunque se levante el polvo.
Uno crece cuando es capaz de afianzarse con residuos de ilusiones, capaz de perfumarse con residuos de flores, y de encenderse con residuos de amor.
Uno crece ayudando a sus semejantes, conociéndose a sí mismo y dándole a la vida más de lo que recibe.
Uno crece cuando se planta para no retroceder, cuando se defiende como águila para no dejar de volar, cuando se clava como ancla y se ilumina como estrella.
Entonces… uno crece y crece cuando cree, espera y confía en su Creador.
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