Hoy como ayer recuerdo con claridad mi infancia, cuando nos reuníamos todas las tardes de mayo a ofrecerle flores a la Virgen. Nos poníamos el vestido blanco que habíamos usado en la primera comunión y cortábamos las flores más bonitas, hasta que dejábamos pelón el jardín de mi madre. También nos gustaba jugar con unos animales de colores brillantes. Cuando íbamos al rancho de mi padre como nos divertíamos.
Era tan lindo cuando venían los primos de México, jugando como locos y mojándonos en aquellos aguaceros que parecían no tener fin, y por las mañanas, saborear el almuerzo que nos hacia mí adorada tía Luisa, siempre tan dulce, tan tranquila, tan llena de amor para todos sus sobrinos, nunca la voy a olvidar... Son tantos los recuerdos... La alegría tan grande de ver a mis hermanos llegar, siempre con algo en sus maletas para nosotros: sus pequeños hermanitos... Y mi madre llorando por la alegría de ver a sus hijos, y mi padre impregnando la casa con el olor tan conocido de las almendras que nos traía.
Hoy ha pasado tanto tiempo... Llegó la primavera a mi vida y la dejé pasar tan rápido que no supe dónde quedó... Y así llegó el verano, un poco más lento y cansado, dándome la oportunidad de retomar mi vida, y creer de nuevo en un mundo diferente, y que valía la pena todo lo que me ofrecía. Hoy, en el otoño de mi vida, cuando pienso en todo eso y en las personas que tanto amé y que ahora no están conmigo, siento una enorme tristeza, y una desolación tan grande, como que me han arrancado pedazos de mi vida, como que los fragmentos y piezas que formaron mi vida y la de los que me rodearon se han esparcido por alguna parte, y no es posible juntarlos y recuperarlos, y las imágenes que guardo de aquellos que fueron mi fuerza y mi dulzura, se están colando también por los rincones del olvido.
D/A
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