Había una vez una brujita muy especial,
porque era una brujita buena, pero no tenía
ni idea de cómo ser buena.
Desde pequeñita había aguantado las regañinas
de las brujas, que le decían que tenía
que ser mala como todas, y había
sufrido mucho porque no quería serlo. Todos
sus hechizos eran un fracaso, y además,
no encontraba nadie que quisiera enseñarle
a ser buena, así que casi siempre estaba triste.
Un día se enteró de que las brujas viejas
planeaban hechizar una gran montaña y
convertirla en volcán para arrasar un
pequeño pueblo. La brujita buena pensó en evitar
aquella maldad, pero no sabía cómo y
en cuanto se acercó al pueblo tratando
de avisar a la gente, todos se echaron a la
calle y la ahuyentaron tirando piedras
al grito de "¡¡largo de aquí, bruja!!".
La brujita huyó del lugar corriendo,
y se sentó a llorar junto al camino.
Al poco llegaron unos niños, que al verla
llorar trataron de consolarla.
Ella les contó que era una bruja buena,
pero que no sabía cómo serlo, y que todo
el mundo la trataba mal. Entonces los niños
le contaron que ser bueno era muy fácil,
que lo único que había que hacer era ayudar
a los demás y hacer cosas por ellos.
- ¿Y qué puedo hacer por vosotros?- dijo la bruja.
- ¡Podías darnos unos caramelos!, le dijeron alegres.
La bruja se apenó mucho, porque no
llevaba caramelos y no sabía ningún hechizo,
pero los niños no le dieron importancia,
y enseguida se fueron jugando. La brujita,
animada, volvió a su cueva dispuesta a
ayudar a todo el mundo, pero cuando iba de
camino encontró a las brujas viejas
hechizando la montaña, que ya se había
convertido en un enorme volcán
y empezaba a escupir fuego. Quería evitarlo,
pero no sabía cómo, y entonces le vinieron
a la cabeza un montón de palabras
mágicas, y cuando quiso darse cuenta,
el fuego se convirtió en caramelos,
y la montaña escupía una gran lluvia
de caramelos y dulces que cayó sobre el pueblo.
Así fue como la brujita aprendió a ser buena,
deseando de verdad ayudar a los demás.
Los niños se dieron cuenta de que
aquello había sido gracias a ella,
se lo contaron a todo el mundo, y a partir
de aquel día nadie más en el pueblo la
consideró una bruja mala. Se hizo amiga
de todo el mundo ayudando siempre a todos,
y en recuerdo de su primer hechizo,
desde entonces la llamaron La Brujita Dulce.
Autor.. Pedro Pablo Sacristán
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