Las brujas nunca existieron,
me dijo un día mamá,
las inventaron en Grecia
porque querían asustar
a algunos niños rebeldes
que se portaban muy mal.
Yo había escuchado siempre
que esos seres en verdad,
preparaban sus menjurjes
con paticas de alacrán
y les daban a los niños
a la hora de almorzar.
Habitaban en los bosques,
muy lejos de la ciudad,
rodeadas de serpientes
y del pájaro macuá,
que siempre les avisaba
si alguien iba a importunar.
A media noche se iban,
no en una nave espacial,
sino en una vieja escoba
sacada del matorral
cuando rayos y centellas
comenzaban a alumbrar.
Aunque mi madre me dijo
Que ahora no existen ya,
yo no he querido creerle
pues he visto una especial
que se asoma a mi ventana
cuando me voy a acostar.
Es la bruja más moderna
de toda la capital,
No invoca a los espíritus
Los llama por celular
usa crema de espinacas
y no patas de alacrán.
Volando en aspiradora,
recorre la gran ciudad,
espantando a los muchachos
que se quieren acercar
a su hija Carolina,
la más bella del rosal.
Cuando pienso en Carolina,
aparece su mamá,
al frente de mi ventana,
porque me quiere asustar,
pero corro las cortinas
y se tiene que marchar.
Ella no sabe que tengo
la fórmula general
para alejar sus conjuros,
para apartar todo mal:
dos besos de Carolina
que yo no quiero borrar
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