Las buenas personas deben cuidar de su amor propio. Para lograrlo es necesario aprender
a dar negativas cuando no deseamos algo, cuando no podemos llegar hasta donde nos exigen.
A su vez, la bondad no está reñida con la dignidad. Si sabemos que somos víctimas de la manipulación
o el egoísmo, tenemos el derecho y el deber de protegernos. De alzar empalizadas.
Las buenas personas no pueden ser otra cosa más que lo que son: corazones atentos a quienes les rodean,
preparados para ayudar, para dar felicidad.
Es así como se sienten bien, es así como entienden la vida. Quizá por ello, sienten tanto dolor cuando
se les hace un vacío, cuando no se aprecia su presencia, sus esfuerzos, su dedicación.
No obstante, nunca deben perderse las propias raíces. Hemos de entender que la bondad y la
dignidad pueden ir de la mano.
Que dar un toque de atención para decir “¿por qué no me tienes en cuenta” o
“me haces sentir un cero a la izquierda” no es actuar con egoísmo, es defendernos, es cuidar de nuestro amor propio.
En conclusión, nunca dejes de ser lo que sientes, lo que te define desde que tienes uso de razón. Eso sí, no olvides
que nunca está de más poner límites, protegernos.