¡Soy la virgen de la posada otoñal,
que sueña, que llora, que ríe
en el carrusel del amor,
sin reservas
libidinosa
enamorada!
Me desenfado y desenvuelvo el árbol de mi alma
con toda la belleza de tu sensualidad.
¿Veis cómo llueven confetis en mi memoria!...¡Mas ay!
de un corazón estacionado
en el soplo del orgullo.
Huyes de mi sombra, cuando más necesito de tu sombra.
¡Mírame, que no son mis ojos deshojados,
que son burbujas del agua de mi tocador
!
¡Cómo empapa el arcoíris terreno de mis caprichos!
¡Cuántos lirios ajados se encienden hoy!
Y así tendida en el madero de mi calma,
mis manos tejen relámpagos del entrecejo.
¡Que no son rayos con carga de muerte!
¡Qué bella
qué tórrida la luz de mi bosque!
¡Cada hoja seca empieza a desprender
gases fosforescentes!
¿Quién regresa a la vida?....¿Será el amor?
Porque nunca muere el amor
cuando la voz de una mujer delirante, a solaz
humedece la humedad de los viriles.
Cuando la lengua misma en ascua de miel
gime, lubrica, agasaja, se desanuda
y cual hoja al viento
roza lo libido de aquel con vorágines de otoño.
¡Perdón virgencita, soy cual tú!:
Roseta contagiosa
oruga en cuarentena
aquí en el mosaico resbaloso de tu posada otoñal
Mariluz Reyes