Johann Strauss ll, el emperador del vals...
A pesar de la oposición del padre, Johann Strauss ll se las arregló desde temprano para aprender solfeo, para componer algunas piezas que causaron sensación en la aristocracia imperial del siglo XlX, lo cual por razones de un complejo senil, (ya que el hijo era más instruido y mejor disciplinado y por lo tanto mejor músico) hizo que su progenitor rompiera relaciones familiares y abandonara a su madre por una sombrerera llamada Emilie, dejando a la familia con algunas penurias que obligaron al joven a duplicar esfuerzos por suplir aquella falta.
Temprano, a los 19 años ya era famoso en la ciudad y lo mismo componía una polka que un rigodón con maestría, que terminaban siempre en un aplauso delirante de los que escuchaban aquellas melodías.
Su agitada vida fue aliviada cuando conoció a una mujer que lo envolvió en un amor distinto, que le hizo conocer otra vertiente, otra realidad para la risa y para la aurora, su nombre era Henrietta Treffz, diez años mayor que él y que le acompañó y lo animó en todo momento con dulzura y con duplicado empeño por hacerlo feliz.
Se dice que sus mejores obras fueran a su lado, valses tan sensuales como “El Danubio azul”, “Vals del emperador”, “Cuentos de los bosques de Viena.” y “Voces de primavera” entre otros de conocida calidad los compuso apoyado por la ternura de Henrietta.
Ella murió y el temor a la soledad le hizo conocer otra mujer que por poco arruina su existencia, esa unión de tortura le hizo perder el alma de su música, hasta que al fin escapó del hogar quedándose solo, y entonces volvió el brillo de sus música hasta fallecer con el siglo, un 3 de Junio del año 1899.
Johann Strauss ll…
Tuvo el don de la música sublime
que eleva, que conmueve y que contagia
al alma en el ardor que la redime
la envuelve en una cima y una magia.
En una sensación, en un vestigio
distinto de otro encanto y de otras notas
emanación de arriba en un prodigio
de ritmos, de suspiros y gaviotas.
Y en contra de su padre y del castigo
rompió la disciplina, buscó el modo
de ser en su inquietud el fiel testigo
contextual de su ruta y de su todo.
De su incansable fe por un anhelo
por cambiar con su lírica la historia
por lograr cabalgando en el desvelo
los laureles de su tiempo y de la gloria.
Y conoció un amor, uno divino
que lo entibio en su luz, en sus verdades
sin censuras para siempre, cristalino
por encima del criterio y las edades.
Que lo arrimó a la risa, a ese poema
divino de un delirio, de algo interno
de su afán, de su musa que fue emblema
natural de lo grato y de lo eterno.
En la Viena sensual y extraordinaria
cuna de emperadores y sucesos
exacta en su quehacer, protocolaria
de un ritual de la moda y sus excesos.
Allí puso en los tonos la cadencia
majestuosa y total en sus diseños
y dejó con sus valses la excelencia
más allá de los siglos y los sueños.
Ernesto Cárdenas.