Cuando nos colocamos ante un espejo y
vemos nuestra imagen reflejada en él,
podemos aceptarla o no.
Quizás nos gustaría ser más altos, o más delgados.
Quizás deseáramos tener un temperamento más fuerte
o tener la virtud de callar a tiempo.
Esos deseos no importan, siempre que aceptemos
que ser bajitos tiene sus ventajas
o que nuestro genio es así y lo máximo que
podemos hacer es tratar de controlarlo.
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