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General: EL VESTIDO DE NOVIA....(SEGUNDA PARTE)
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Resposta  Mensagem 1 de 4 no assunto 
De: SILA4141  (Mensagem original) Enviado: 17/11/2016 14:26

EL VESTIDO DE NOVIA....(SEGUNDA PARTE)

Rosalinda se levantó aquella mañana con la misma ilusión

de cada día; tenía pensado entregar una falda y una blusa a

una clienta, y después de desayunar se dispuso a sacar los

hilvanes de hilo azul a las prendas que debía entregar; y

encendió el televisor para escuchar el noticiero del mediodía.

Y mientras iba dándole a aquella falda los últimos acabados,

escuchó una noticia que la dejó petrificada:

 

 “Esta mañana fue

hallado el cuerpo sin vida de la hacendada María Eugenia Paulet,

en su casa en las afueras de la capital. El cadáver mostraba

heridas punzo cortantes a la altura del corazón, lo que habría

ocasionado su deceso. Se sabe que la acaudalada dama era dueña

de una cuantiosa fortuna, por lo que se presume que el móvil

 del crimen haya sido el robo. Hasta estos instantes se tiene por

supuesto culpable al mayordomo de la casa de nombre

Victor Lara…,ya que se han hallado sus huellas digitales en

el arma homicida, como así mismo, ropas del supuesto

homicida con rastros de sangre de la fallecida. Más detalles

de ésta y otras noticias en el noticiero de las 8:00 p.m.”

 

Rosalinda, dejó caer sus brazos en actitud de abatimiento.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pues no podía creer lo que

había escuchado. ¡El nombre de su Victor ligado a un hecho

tan espeluznante!  Por causa de algunas “pruebas fehacientes”,

como el arma homicida con las huellas dactilares del mayordomo

de nuestra historia, y aquellas ropas con rastros de sangre

que Victor se cambió apresuradamente, el joven novio estaba

en graves aprietos. Fue llevado a la carceleta del Palacio de

Justicia. Allí pasó las horas más lóbregas de su vida. Fue

torturado y mezclado con delincuentes avezados, todos

amontonados en una misma celda.  Dos días después con

el rostro desencajado y macilento fue conducido a un penal

para reos primarios. 

 

Victor carecía del suficiente dinero para solicitar la defensa

de un buen abogado, así que tuvo que optar por un abogado

de oficio, que se ofreció para ayudarlo.

En una lúgubre calle del cono norte de la ciudad, mientras

un inocente era injustamente castigado, dos asesinos festejaban

su fechoría, riendo y libando licor. –“Esta si que la hicimos bien”.-

decía uno de ellos. Mientras el otro le respondía: -“Gracias

a la seño….que nos pasó el dato, pudimos hacer nuestro trabajo.”-

(La seño….a la que se referían, era la cocinera de la fallecida

hacendada). Recordemos que sospechosamente esta mujer había

pedido permiso, aquel fatídico martes, para ausentarse de

la casona.  La cocinera, agazapada en la sombra de aquel cuarto

miserable, observaba, escuchando lo que sus cómplices decían,

a lo cual ella agregó: -“No se olviden chicos que después de

vender las joyas, tienen que darme mi parte.”-

-“Si vieja….(le contestaron entre risas)…no nos vamos a olvidar de ti.”-

 

Pasaron muchos días, las hojas del almanaque fueron deslizándose

una a una, y se las fue llevando el viento. Hasta que pasaron

seis meses de aquella aciaga madrugada.  Hacía tan sólo un mes

que le habían dictado sentencia al joven Victor.

Una mañana de invierno en un tribunal atestado de gente,

algunos de ellos curiosos, otros eran familiares de Victor,

dos jueces y un fiscal, y en medio de todos ellos, una frágil

paloma con su blanco luto en el corazón y los ojos arrasados

de lágrimas….era Rosalinda, la noviecita afligida, la de las

ilusiones truncadas, la del dolor macerado en desvelos…

de pie allí, frente a su amado, el cual tenía la barba crecida

y las ojeras profundas; más delgado que nunca, se consumía

en la angustia de la espera, hasta que después de un breve

silencio, se escuchó la voz pausada del fiscal….y una frase

que traspasó dos jóvenes almas, que desangró dos humildes

corazones que se amaban: “¡ Y se le condena a Victor Lara a

32 años de prisión, por asesinar con premeditación, alevosía

y ventaja, a su víctima, la hacendada doña María Eugenia

Paulet !” 

 

Rosalinda se desvaneció en la banca donde estaba sentada.

Algunas personas compasivas la levantaron, y le daban

aire, agitando sus manos sobre su rostro.

Luego todo pasó muy rápido. El joven reo fue llevado a su

celda.  Y los días siguieron uno tras otro.  Una tarde de Agosto,

se encontraban los dos novios almorzando juntos en su

rinconcito del penal, en una de las visitas femeninas que se hacía

semanalmente. Ambos, una semana anterior habían acordado

terminar con aquel suplicio, ya que a Victor le habían anunciado

que sería trasladado a una prisión de una lejana provincia.

Sabían que no podrían soportar una separación definitiva,

que no iban a asumir un dolor que iría más allá de sus fuerzas.

 

Rosalinda pudo pasar aquella mañana el control de la policía

sin ningún problema, nadie se percató de lo que ella traía

oculto en uno de sus zapatos. Fue a la hora de almuerzo,

cuando el pabellón “B” se encontraba atestado de visitas. Habían

niños, habían madres y esposas, algunas reían, otras lloraban.

Y de pronto Rosalinda sacó un diminuto frasco de su calzado,

y vertió el contenido en los vasos de limonada que Victor y ella

estaban tomando. Ambos apuraron aquel cáliz de muerte

de un solo sorbo. Enseguida se abrazaron llorando. Y aquella

pócima en breves instantes empezó a hacer efecto en esos dos

cuerpos que se amaron.  Se escucharon luego sus gritos y

gemidos de dolor, y los presos que se encontraban en el patio

dieron aviso a los gendarmes que custodiaban las celdas.

Llegaron dos policías con prontitud; y después de unos

minutos de forzar las rejas, éstas cedieron; y vieron un cuadro

terrible: Dos jóvenes en agonía, echando espumarajos por

sus bocas, así abrazados, se fueron camino de la

eternidad; ya nada podría separarlos. 

 

Hallaron luego debajo de la almohada de Victor un sobre

amarillo, que parecía contener una carta escrita con su puño

y letra; iba dirigida al director de la cárcel, y empezaba con

las siguientes palabras: “Juro por mi propia vida, y por

Rosalinda, la mujer que mi corazón ama, que ustedes han

cometido conmigo una injusticia muy grave….”

 

Manuela llevaba días masticando rencores en la nueva casa

donde le habían dado trabajo de cocinera. Y es que no se podía

sacar de la mente, las falsas promesas que aquellos bravucones

le hicieran.  Los delincuentes que perpetraron el robo y el

crimen en la vetusta casa de la hacendada, no habían cumplido

con darle su recompensa a la amargada cocinera.  Y ésta

lejos de resignarse, decidió vengarse de aquellos burladores;

y un fin de semana salió de su empleo resuelta a denunciar

aquel crimen ocurrido en la hacienda.  Manuela era una mujer

del vulgo, totalmente desprovista de algún rastro de

inteligencia; era más bien una persona bestializada; con mucha

amargura en el alma y una buena dosis de frialdad. Y así

en ese estado en que se hallaba, llena de ira y deseos de venganza,

se acercó al primer puesto policial que encontró en la ciudad;

y relató con lujo de detalles como fue que ella les pasó la

voz a esos asesinos, para facilitarles la entrada a la casa

de la hacienda; las señales que les dio a los malhechores

de la ventana entreabierta, del cofre con las alhajas de

su patrona, del mayordomo jovencito y muy delgado, que

dormía en la planta baja, etc. Y finalmente les dio a las

autoridades las señas y domicilios donde podían ser

encontrados los peligrosos maleantes.  Desde ese día ya

han transcurrido tres meses. Y hoy al fin a esos dos mustios

novios, se les ha hecho justicia. 

 Publicado por Ingrid Zetterberg



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Resposta  Mensagem 2 de 4 no assunto 
De: Canela7507 Enviado: 17/11/2016 14:43

Resposta  Mensagem 3 de 4 no assunto 
De: Fe Consuelo Enviado: 17/11/2016 17:55

Resposta  Mensagem 4 de 4 no assunto 
De: altea51 Enviado: 18/11/2016 18:57


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