La niña de la esquina
Se acerca la Navidad, estoy de vacaciones y tengo mucho tiempo para mirar y ver. No todo lo que veo me gusta. Hoy me detuve a contemplar a la niña de la esquina. No debe pasar de los catorce años, pero qué digo, quizás solo trece. Tiene el rostro pintoreteado de rímel y los labios pintados con un lápiz labial tan rojo como las llagas que cubren sus piernas. Por las grietas de los brazos supura pus, con gran probabilidad ya la infectaron con SIDA.
Parada en la esquina intenta posar - mariposa sobre las flores, o tal vez como posan las bailarinas de ballet en el jardín del lago azul. Cuando se detienen los autos con la luz roja en la esquina coloca sus labios como capullo en flor, y ofrece un beso húmedo al conductor. Algunos le dan unas monedas, otros ponen rostro de asco, ya la conocen, ya la tocaron alguna vez en su fría y tierna intimidad.
La contemplo, he estacionado mi auto en el paseo y puedo distraerme ante el dolor. Soy una vulgar espectadora de la crueldad de la calle. Esa calle que debo pasar todos los días en ruta a la vida culta que me regalo la suerte. Pero qué hice para merecer la suerte. Qué hiso ella para pertenecer a la esquina donde se ofrece a cualquier desgraciado que la pueda recoger, y por unos dólares saciar su lujuria, su asquerosidad.
Y es que en noches lluviosas aparecen los zorros carroñeros, salen de sus madrigueras a infectar o infectarse. Ella es solo carne barata, ella se ha puesto su mejor traje sobre sus llagas y se ha pintado la cara - perfecta maniquí de vitrina. Necesita el dólar para su cura, si le sobra algo, les llevará un pedazo de pan a sus hermanitos.
La vida es así – eso piensa. Y yo reniego de la vida sintiendo toda la culpa ajena en las entrañas, mientras en la radio se escucha : Feliz Navidad, lalalalalalalaaaaaa.
Carmen Amaralis Vega Olivencia