El lado negro de mi alma
Tomamos un taxi para ir a la YMCA de Tel-Aviv. Mis amigas, María y Marisol, buscaron en la prensa local y encontraron que esa noche, viernes, se llevaba a cabo un show de bailes tradicionales en el anfiteatro de esa institución. Estábamos ansiosas, era nuestra última noche en Jerusalén. En cierta forma considerábamos que no era muy seguro salir del Hotel solas tres mujeres jóvenes de noche, pero el deseo de ver esos bailes del Medio Oriente, exóticos para nosotras, acostumbradas a los bailes con tambores caribeños, nos envalentonaron.
Al llegar al lugar nos bajamos del taxi, y nos sorprendió encontrar cerrado el edificio. La plazoleta frente a la entrada estaba en penumbra y desierta, solo una mujer caminaba en circulo aguantado por la cadena a un enorme perro negro.
Le dimos la vuelta al edificio, quizás la entrada al Show era por detrás, pero nada se veía abierto, ni listo para un espectáculo. Quizás no era ese día, nos confundimos, pensó Marisol. Paradas en el centro de la plazoleta, un tanto asustadas, ahora, cómo conseguiríamos un taxi para regresar. Al salir el asistente en la recepción del Hotel Jerusalen Hilton hiso la llamada para el servicio de transportación.
La preocupación era justificada, tendríamos que caminar varias cuadras para encontrar una esquina con taxis que nos devolvieran al hotel, se hacía de noche. Cuando nos disponíamos a comenzar el rumbo la mujer se aproximó a nosotras, en realidad a mí que estaba como dos metros de distancia rezagada de mis amigas; siempre he caminado lento.
La mujer se movía en círculos a mi derredor, el perro me mostraba sus colmillos, sus ojos brillaban, luceros de fuego encendidos en la noche. Les juro que mi corazón se aceleró y un sudor friiiiioooo me corría por el pecho.
- Demonio, Satanás, vete al infierno, vete, vete, quémate en el fuego eterno, vete engendro del demonio.
Giraba y gritaba a mi derredor acercándose cada vez más y más. Mis amigas aterradas buscaban inútilmente ayuda. Ya me veían devorada por aquel perro infernal de colmillos largos. El animal salivaba copiosamente por la boca jadeante.
Toda mi vida he sido amante de los perros, no me sentía intimidada por el can, pero la mujer definitivamente estaba mentalmente perturbada y temía me fuera a estrangular por la manera que acercaba sus manos a mi cuello abriendo y cerrando los dedos con mucha fuerza.
Me puse de rodillas esperando lo peor, cerré mis ojos, y con la nerviosidad me puse a rezar en voz alta un Padre Nuestro. Cuando ya terminaba mi oración sentí una mano agarrando fuertemente mi hombro, me daba por muerta. Para mi sorpresa, al instante, me levantaban de mi posición tomada por los dos hombros. Con los ojos cerrados aún finalmente escuché una voz masculina que me pedía excusas:
- Perdónela señorita, esta mujer loca ronda siempre por aquí asustando a la gente, pero yo nunca permito le haga daño a nadie. Pueden irse tranquilas, el espectáculo por el que preguntan ha sido pospuesto para la próxima semana. Ya les llamé un taxi que las lleve de vuelta a su hotel.
Por el camino lloré intensamente, mis amigas no sabían qué hacer para calmarme. Esa Noche tuve horribles pesadillas, me veía en las llamas del infierno, gritaba girando y girando, dando vueltas en un nicho empapada en un humor negro y pestilente.
Pobres de mis amigas, fueron mis víctimas por ocho largas horas, hasta que salió el sol y todo volvió a la normalidad, ese día saldríamos hacia Belén y la idea de visitar el lugar donde nació el niño Dios logró que el olor a infierno se apartara de mi memoria.
Pues nada que negar, desde ese día he sido cuidadosa con mi conducta, simplemente creo que esa mujer reconoció el lado negro de mi alma.
Carmen Amaralais Vega Olivencia