MI CUENTO
Érase una vez un gorrioncito cantor, se enamoró de una gran dama, él tenía un corazón humano, lo sabía porque él conocía la lengua española, hacía gran esfuerzo por querer darse entender, cómo no podía hacerlo el gorrioncito comenzó afinar más su canto, voló y voló dónde habían cantores, músicos de gran renombre, se aprendía la letra, dentro del murmullo del bosque se iba entrenar horas y horas, cantaba cómo el violín casi que rasgando la voz del sentir humano, trinaba y cantaba, iba trovando con extremada dificultad en un principio, no fue nada fácil, pero él, se fue haciendo a la idea de tener que lograrlo…
Cada mañana humedecía su pico con góticas de rocíos frescos, que recolectaba de las eclosionadas flores, porque amanecía con mucha sed, el canto iba dilapidando a veces yendo y el trino salía desafinado, así se convenció ir en busca de miel de abejas en colmenas intrincadas en el marañal del bosque, tenía que buscar flores o hojas grandes, su fuente de agua en mayor proporción, para no perder ningún instante, su ya trazado entrenamiento.
Así fue conociendo el artista que había en él, y entre más escuchaba a los músicos, fue aprendiendo a estribar en notas y cantando más que trinando, ya medio asimilaba lo de un violín, más adelante un acordeón, luego fue, el arpa, enseguida la lira, la guitarra, el tiple como el piano y de toda una instrumentación.
Ensayaba sin cesar, no bajaba la guardia, no desaceleraba la marcha, el empeño fue creciendo y ya con unas notas de acá de la parte andina de alegres trovas, guabinas, bambucos, baladas, pasillos, porros, valses, torbellinos y sacudida carranga de los aires boyacenses los que más sabia interpretar porque hacía mover hasta el mismo bosque con su intempestiva gracia, alegría y jolgorio. Otras de allí del Valle del Cauca como la salsa, merengue, regatón, en la costa cumbias y vallenatos, como en los llanos orientales el arpa, fue forjando su propio pentagrama interpretativo, el leía las notas como el más connotado de los maestros, los corchetes con las altas notas y las bajas. Aprendió con su pico garabatear en la arena para inspirarse y sacar de su mente y corazón las primeras notas para la dama de sus amores que se encontraba cerca de su bohío.
El gorrioncito, entono sus primeras notas, sin ser barítono, tenor, cantante, ni un canta autor, comenzó a sacar del alma un repertorio de acordes finos y suaves, candente con mucho candor sintetizado por las miles de alas serpenteándose al ritmo melodioso, cuando las aves escucharon aquellas extrañas notas, tan diáfanas, sensitivas con una hermosa afinación, dejaron de volar al instante, el cielo se quedó sin ninguna de ellas pues todas fueron con su trino llamando a las más lejanas para ver el espectáculo del gorrioncito cantor, cada atardecer al filo de llegar la noche.
Comenzó a cantar, muchas notas nuevas con un característico estilo propio, las aves sin conocer ese lenguaje parecían entenderlo…, sabían cuándo el cantaba triste…, y cuándo alegre, por la mirada y la posición de sus alas, ya el gorrioncito, con el tiempo era un profesional, sin tener bandola, ni ninguna orquesta, él era el músico afinador de sonidos celestiales, asombraba a toda una legión de distintas aves, muchas de ellas de tanto escuchar como armonizaba cada uno de sus trinos, fueron haciendo estribillos, luego surgió un coro cada vez más afinado y solemne, se inventaros hacerlo en ondas ondulantes como levantadas olas luego caían suaves, para volver a alzarse, era un linde despliegue de valet sinfónico, cada vez más armonioso.
El gorrioncito, se captando y se fue dando de cuenta, qué cada ave tenía un canto o trino particular, los escucho y fue muy hábilmente seleccionando grupos afines, hiciera un intento por entonar un trocito de la canción, fue eligiendo otro, y otro hasta formar más de cincuenta frecuencias de estribillos y notas diferentes, les fue enseñando armonizar con cada uno de ellos, los dividió en estribillos, así formando consonantes voces, estilos, partituras y variedad de entonaciones y practicaron, días, meses hasta ser todos una gran orquesta.
Gorrioncito, se fue enamorando de su preciado arte, fue queriendo fuerza, energía, bagaje, luego amando lo que el realmente hacía…, un día la dama llegó al bosque porque muchas aves trinando la fueron llevando a oídas, ella congraciada de oírlos cantar se fue acercando encantada como una diosa evaporada por los encajes de su vestido fucsia, azul cielo que se perdía en tonalidades rojos rosados hasta desteñirse en blanco, su caminar era lento, entretenedor, escultural, linceaba su cintura al vaivén de cada ritmo melodioso, de esa forma muy singular, los fue siguiendo hasta lo más profundo del bosque.
Gorrioncitos Pin, Ping, Ye, Yei, Yeyei, Tin, Tilín, Teie, Tei, Tifi, Lirón Campanin, y Dim, Dom, los más entusiastas conocedores, por qué, su gran amigo había aprendido como los ángeles a cantar o trinar de esa manera…, fue por el amor a la hermosa dama, que parecía ser una consagrada diosa o diva no terrenal, era la culpable de este singular artista nada usual en el universo de las aves…, allí frente a ella estaba el gorrioncito, Peipin, el más clásico de los clásicos de la elite, un artista vestido con su plumaje de franco che, daba una serenata tan audible y perceptible cómo auditiva, ella entendió y a la vez lo interpreto a viva voz, lo que él le quería decir…, ella lo canto con el corazón y el alma, hasta lloro feliz, porque entendía que toda esa fuerza interpretativa era para su sentir de dama, algo había en aquel gorrioncito, que la emocionaba tanto.
Quiero ser cómo tú, humano, no un ave gorrión, si un hombre, no te canta el ave, te canta mi corazón, humano es para el tuyo, escúchalo, entiéndalo, es mi arrullo para tu pecho, es clamor para tus labios, un beso de este pico cantor, una caricia vertida de mi plumaje te mando, cada roce es una caricia de mi piel a tu piel, ven dama consentida, sea como yo, yo quiero ser como tú, no importa si me vez diferente, acepta de mi este amor, este te quiero que sale del alma, este te amo que te aclama y reclama, ven no tardes tanto, quiérame cómo yo te quiero, ámame cómo yo te amo conviértame en ti, te convertiré en mí.
Átame a tu mundo de mujer, pégame a tus hálitos, llévame dentro de pecho, a lo profundo de tu alma, hospédame en sucesos, en tu corazón dame tu habitad, en tu piel úntame con sabor a ti, en tu cuerpo mésame, desplúmame si tiene que hacerlo, pues el amor real yo quiero, quiérame tu como nunca has querido, solo tú eres mía, pues yo te amo y amo, así no tanga voz, tengo canto para darme entender, notas que se desdoblan de los dos, con muchos sueños, una tanda de ilusiones que se hace música para prenderme feliz en ti… En ti.
Peipin, no sabía que su niña amada lo escucha a sus espaldas y lo más fantástico fue, cuando los coros bien distribuidos fueron siendo orquesta, fue un coro tan melodioso y celestial, que el bosque batía sus hojas y los troncos en lambada cimbraban en cadencioso ritmo, en movimiento sutiles, ligeros gozaban a todas luces con el máximo tenor, con aquel espectacular trino.
La dama comenzó a acompañarlo, tenía fino oído y pronto dejo derramar su cristalina y femenil voz, al unisonó trino, ella como toda una diva canto y canto, y se fue acercando a Peipin, este al oírla voló hacía ella, se posó en su hombro y canto aún más sonoro, más fino, ella lo fue acariciando tan dulce y suave, que los ángeles bajaron con dos coronas que se hacían visibles e invisibles una reposo sobre su cabellera, la ajustaron a sus sienes y la otra era cómo un aurea esperando por su dueño, se sostenía levitada en el aire a la par de la dama de cabellos negros, castaños, a veces ondulado, otras lacios.
Ella le canto a su gorrioncito, quiero hacerte hombre, de igual condición que la mía, pero si no lo puedes hacer, te llevare en mi pecho cómo mi mascota, pues yo he quedado prendida de tu canto, eres todo un poeta, fuera de ser mi gorrión ya eres parte de mi amor y por casa te daré mi corazón, haz lo que anhele y desees soy sola tuya, si quiere desnúdame, si lo prefiere y tanto lo requiere ámame que yo ya soy ya tu gorrioncita.
Eiela, se llamaba ella, lo tomo en sus sedosas manos con la suavidad de un delicado pétalo, lo fue acercando para darle un beso a Peipin, el cerro sus ojos y soñó ser cómo su ante pasado un hombre y ella con su clarividencia pensó en su reencarnación, si él fuera Leo Frank Park, el poeta de la musicalidad, lo tendré enjaulado en mi corazón, prisionero será sed de mis besos y de mis caricias toda esa entera libertad que me dejaré llenar desde ahora de júbilo mortal.
Diciendo esto lo beso, pero el gorrión cayo pesado cómo una exhalación o relámpago sin el estruendoso ruido de los que caen en perdición, al levantarse era un hombre común y corriente de buena presencia y poetizo porque ya no había ese centelleo fulgurante de trinos, ni la fina voz del gorrión, si un beso largo, tan infinito, profundo, lágrimas en los ojos, no de llanto si de euforia y de alegría sin fin, se creía que todo era una escena de teatro, pero el plumaje del gorrión estaba en las manos de ella y el pico estaba ahí como señal de ser un cuento muy cuerdo y cierto.
Luis Francisco Pardo (Leo Frank Park)