Había quién declinaba,
Había quién moría,
Había quién levitaba,
Había quién escribía.
El hombre que siempre escribía…
Cuando bebía el café,
Dormitaba en la tardes,
Mirando hacia el cielo
Observaba a las estrellas en su finitud.
Tras irreverentes trazos teóricos,
Dudaba por momentos de la existencia de Dios,
El caos universal no mostraba un orden divino,
El hombre se cernía sobre el hombre
El hombre que siempre escribía…
Estaba bajo la tortura de palabras que no congeniaba con él,
Desde hacía tiempo,
Se sentía en un callejón sin salida,
Los días se volvieron agrios.
La inspiración se había cansado de esperarlo,
Todo intento de tomar el bolígrafo,
Se intercalaba en un fatalismo,
La enfermedad, el trabajo, los compromisos adquiridos.
Las citas convenidas eran un fracaso,
Hubo que reprogramar la agenda.
El tráfico, las muchedumbres…
La manifestación de antier,
Solo eran pretexto para no encontrarse,
En basural buscando la frase original.
El hombre que escribía siempre…
Pidió un año sabático,
Tenía que resolver pendientes,
Con el padre, sus hijos, el yo interno,
Lo asaltaba por las noches,
Interrogantes, donde posponía la respuesta
¿Cuál sería el rumbo que tomaría?
El camino largo o corto,
A que se dedicaría,
Mientras llegaba la muerte.
Las tormentas futuras que capacidad tendrían
Para hundir el barco donde navegaría,
El hombre que escribía siempre,
Ahora no lo hacía…
Los tiempos adversos,
Pegaba en su ventana,
Le impedían concentrarse,
Para poder escribir sobre aquella mujer mística,
La revuelta existencia,
La cordura convertida en utopía.
El hombre que siempre escribía,
Ahora no lo hacía,
Porque ahora era esclavo de otros esclavos.
“Había, había un navío, vio, vio cargado de… un incierto destino”
Alejandro Cruz