Creo que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir.
Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo,
pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida.
Hoy todo el mundo sufre la ENFERMEDAD DEL TIEMPO:
la creencia obsesiva de que el tiempo se aleja y
debes pedalear cada vez más rápido.
La velocidad es una manera de no enfrentarse a lo que le pasa a tu cuerpo y a tu mente, de evitar las preguntas importantes…
Viajamos constantemente por el carril rápido, cargados de emociones, de adrenalina, de estímulos, y eso hace que no tengamos nunca el tiempo y la tranquilidad que necesitamos para reflexionar y preguntarnos qué es lo realmente importante.
La lentitud nos permite ser más creativos en el trabajo,
tener más salud y poder conectarnos con el placer y los otros.
A menudo, TRABAJAR MENOS significa trabajar mejor.
Pero más allá del gran debate sobre la productividad
se encuentra la pregunta probablemente más importante de todas: ¿PARA QUÉ ES LA VIDA?
Hay que plantearse muy seriamente
A QUÉ DEDICAMOS NUESTRO TIEMPO.
Nadie en su lecho de muerte piensa: “Ojalá que hubiera pasado más tiempo en la oficina o viendo la tele”, y, sin embargo, son las cosas que más tiempo consumen en la vida de la gente.
(Carl Honoré, "Elogio de la lentitud")