Las miserias del mundo están ahí, y sólo hay dos modos de reaccionar ante ellas:
o entender que uno no tiene la culpa y por tanto encogerse de hombros
y decir que no está en sus manos remediarlo —y esto es cierto—, o bien
asumir que, aun cuando no está en nuestras manos resolverlo, hay que comportarse
como si así lo fuera.
La Jornada, México, 3 de diciembre de 1998 (José Saramago)