El momento más luminoso es encontrarlo, el más decisivo es arraigarlo y el de mayor rendimiento, cultivarlo y saber vivirlo todos los días.
Recuerda que buscar amor no es amarse, y vivirlo a medias es como no haberlo conocido. Hay que darse por entero.
¡Cuántas vetas ocultas llevabas sin saberlo! ¡Cuánto que aprender tu corazón, que volar tu pensamiento, que decir tus palabras y que iluminar tu alma!
¡Cuántas vetas ignoradas y cuántos manantiales cerrados estallan de pronto inundándote la vida!
No concibas el amor tan perfecto que te resulte irrealizable… ni tan imperfecto, que te resulte vulgar.
No cierres la llave a la sinceridad y la confidencia, porque detrás de esa puerta se mudarán el silencio y la incomunicación, y poco a poco te irán despojando de todo lo que tienes.
Las cosas del amor no son de fuerza, sino de entendimiento; no se imponen, hay que dejar que broten solas. No lo derroches, pero tampoco lo restrinjas. No lo reclames, ni lo fuerces, ni lo exijas: gánatelo, merécetelo y dale cuerpo haciéndolo renacer muchas veces.
Es mejor la confianza que el encubrimiento, ceder que mentir, comprender que empecinarse, probar que rechazar, convencer que obligar.
Piensa antes de obrar. No juzgues con precipitación. No te exaltes, no te apasiones. Busca el justo medio, el equilibrio, el aplomo.
El respeto es esencial: si fallas, el amor se resquebraja y perece. Es como haberle dado el golpe de muerte.
El amor es lo único que alivia el dolor. Es como un aceite suavizante para lo áspero, lo reseco, lo duro que encierra la vida.
Cuando se ama, el corazón no es rígido, es ondulante… como si lo movieran la brisa y la condescendencia. El rencor es tan corto que va derecho por el camino del perdón.
La cicatrización es tan rápida, tan imperceptible, que casi no da tiempo a las disculpas y las explicaciones. Con esta cadena de perdones se hace el amor.
Y con ese amor se hace la vida.