LA PARÁBOLA DEL LEPROSO
Jesús marchaba hacia Belén.
El día,
tras los montes lejanos,
entre nubes de sangre se extinguía,
y la misericordia de sus oros
regaba en los oscuros olivares
y entre los gigantescos sicomoros.
Y detrás de Jesús la muchedumbre
caminaba doliente y silenciosa,
mientras el sol en la lejana cumbre
deshojaba sus pétalos de rosa...
De Belén a las puertas
hallábase un leproso
que, al contemplar la multitud, lloroso
los brazos extendió, como esas ramas
de los árboles viejos
que el tiempo cubre de úlceras y lamas.
Entonces Juan, quitándose el abrigo,
piadosamente lo entregó al mendigo;
y Pedro el jefe del rebaño hermano-
exclamó sollozando ¡te bendigo!
y sus sandalias alargó al anciano.
Jesús, entonces, se acercó. Y gozoso,
con íntimo fervor, con embeleso,
estrechando en sus brazos al leproso
dejó en sus llagas el clavel de un beso.
La multitud se estremeció...
Moría
la tarde en los lejanos horizontes
y con sus besos de piedad cubría
la frente pensativa de los montes...