Lo creamos o no, ser buena persona no exige que seamos héroes, no demanda que nos impliquemos en realizar arriesgadas acciones por los demás ni pide que congraciemos a toda la humanidad con el planeta. La gente buena acontece cada día, es discreta pero luminosa, silenciosa pero alegre, humilde pero inmensa, como su propio corazón.
Sembremos de bondad y de respeto nuestros actos cotidianos, pongamos nuestras miradas en las cosas más pequeñas. Así, cuando llegue la oportunidad de realizar grandes cambios la inercia que hemos creado nos ayudará. Es en este horizonte de trabajo diario donde el bienestar eudaimónico está por encima del simple hedonismo y donde podremos ser esa fuente de inspiración que contagie al mundo.