Aspirar por ejemplo con hondura
el aroma del pan recien horneado
y sentirnos sembrados de trigales,
de buena levadura,
de manos amorosas que le dieron
un sabor celestial con su dulzura.
Gozar con el saludo del vecino,
con la risa infantil que pedalea
sobre el viejo triciclo,
con el vuelo armonioso de las aves,
con la verde canción que canta el grillo
o con la lluvia mansa
cuando pinta con sus pecas de hielo
los cristales.
Hay demasiada muerte a nuestro lado
y para derrotarla
hay que seguir viviendo,
gozando la palmada del sol cada mañana
y su abrazo fraterno y compañero,
el viento redondeando las naranjas,
el olor de crispetas dominguero
y el ballet de palomas en los parques
bajo el canto pregon de los venteros.
Disfrutar de los besos, de la musica,
de nuestros pasos sobre el pavimento,
de poder abrazar un amigo,
de gritar un te quiero,
de un libro viejo y un café caliente
en las noches de invierno,
y de esa fuerza inmensa de que esta hecha el alma
que nos ayuda a derrotar por siempre el sufrimiento.
Hay que gozarlo todo,
no importa cuantos años habiten nuestros huesos.
Si son pocos, gocemos
de la limpia tersura
que adorna nuestro cuerpo,
descubramos el mundo a cada paso
desde la hormiga humilde hasta el lucero
y saquemos de adentro la alegria
para estrenarla a diario como un vestido nuevo.
Hay que seguir gozando de la vida
aunque ese escultor llamado tiempo
haya tallado en nuestro rostro arrugas
o haya encorvado un poco nuestro cuerpo.
Hora es de cosechar amaneceres,
de disfrutar silencios,
de asombrarnos de nuevo con el mundo,
de mirarnos por dentro
y sabernos preñados de alegria,
sin miedo a soledades ni a recuerdos.
Hay que vivir la vida a cada instante
con un gozo infinito, con agradecimiento,
y cual si fuera una cometa enamorada
de algun pedazo azul de firmamento,
soltarle su cordel para que vuele
desposada por siempre con el viento,
hasta encontrar a Dios
para contarle,
con palabras redondas de contento
que fue maravilloso haber vivido
con honradez, pasión y sentimiento
Beatriz Rivera