La vida humana es una aventura esencialmente arriesgada y peligrosa. El riesgo es compañero inseparable de la vida. Vivir es convivir con el riesgo. Éste nos acompaña desde el momento de nacer hasta la muerte. El dilema es, por lo tanto, renunciar a vivir o aceptar vivir peligrosamente. Esta misma idea la expresa, lacónicamente, el maestro espiritual indio Osho con la frase “si no vives peligrosamente, no vives”. Por su parte, el Dalai Lama afirma que “los grandes logros requieren grandes riesgos”.
El hombre es un animal frágil, bípedo e implume. Es, como decía Nietzsche un ser anormal por la enorme desproporción que existe entre su debilidad física y el gran volumen y potencia de su cerebro.
El riesgo es, paradójicamente, el gran motor que impulsa el progreso y desarrollo del hombre sobre la tierra. En efecto, la civilización e incluso el Estado de bienestar no existirían, permanecerían estancados o desaparecerían si no fuera por los logros científicos y técnicos conseguidos en la lucha contra los riesgos que nos rodean. Puede decirse que el tránsito de las sociedades primitivas a las modernas sociedades desarrolladas de Occidente, se produjo por el avance de los métodos, sistemas, descubrimientos y procedimientos que la inteligencia humana ha desarrollado para luchar contra los peligros y riesgos que, permanentemente, desafían la vida del hombre sobre la tierra. La vida se presenta como una carrera de obstáculos que hay que prevenir, salvar y, en lo posible, evitar.
ENRIQUE SANTÍN
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