Ser tu mamá fue la mejor carrera que pude haber escogido. Sin horarios de clases fijas ni una organización de asignaturas, te has dispuesto a enseñarme demasiado. Sobre este loco mundo que nos rodea, sobre los misterios que esconde esta mágica y asombrosa vida.
Me enseñaste el modo en que la vida merece ser vivida. A valorar los momentos felices que se nos ofrecen, y a superar aquellas nimiedades. A sonreír solo por placer, a vivir cada día como si fuera el primero y cada noche como si fuera la última.
Me explicaste con hechos en qué consiste el amor, y la manera en que la alegría puede hacer mecha. Entendí a tu lado que somos instantes. Y que en nuestro paso por la vida dejamos huellas imborrables. En forma de vida humana, en forma de legados, de herencias no necesariamente materiales.
Comprendí a tu lado lo que es la complicidad y la buena compañía. El valor de los silencios y el peso de nuestras propias palabras. Incluso pude apreciar gracias a ti lo saludable que es contar con un confidente. Y cuán hermosa puede resultar la vida con cataratas de cariño y afecto.
A tu lado aprendí a cultivar paciencia y cosechar aún templanza. Supe sembrar en mí y en ti semillas de perseverancia y tenacidad. De esta manera, aprendí a luchar por nuestros sueños con la osadía de millones de guerreros.
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