Hasta no hace mucho se valoraba mucho lo que se entiende como crianza protocolizada.
Nos referimos a ese tipo de atención cotidiana donde cuidar de que el bebé coma
a sus horas, que duerma de seguido, que crezca como debe y que asuma una por
una, todas las etapas habituales en su desarrollo: el habla, retirar el pañal cuando toca,
que inicie el gateo cuando debe, que controle la motricidad fina…
Por su parte, la crianza natural o con apego no prioriza de forma tan obsesiva ese tipo de objetivos. Lo que desea es afianzar un vínculo afectivo sólido con el bebé, un apego saludable, significativo y fuerte donde el amor y la cercanía lo integre todo.
Partiendo de ese lazo basado en el afecto, dejaremos que el niño se desarrolle de acuerdo a su tiempo, a su ritmo, sin forzar etapas, sin exigirle conductas que aún no puede alcanzar.
Querer bonito en este caso es hacer del amor el alimento cotidiano y esencial, donde la cercanía de mamá es esencial, y donde la presencia de papá es también el motor de
ese apego temprano.
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