Que feliz sería, se decía en su casa solitaria.
Si un hombre de rostro amable.
Y limpio corazón me soñara.
Sería mi soledad así más linda, más amada.
Si yo pudiera llamar a puerta de aquel hombre.
Aquel de rostro moreno y esquiva mirada.
Aquel elegante y discreto caballero.
Que entre todos los demás se distingue.
Porque me vi, reflejada en su mirada.
Si yo pudiera saber que él me sueña.
Ya nada más me haría falta.
No temería a la noche ni a la luna.
Ni esperaría impaciente el sol del alba.
Porque sería amanecer todo en mi vida.
Porque todo dolor y pena así, sería olvidada.
Si sus manos de largos y marcados huesos.
Se soñaran por mi acariciadas.
Ella soñaba poca cosa.
Y le miraba a través de la ventana.
Le veía pensativo y solitario.
Con su pelo negro, su delgada cara.
Escribiendo en su mesa de madera oscura.
¿historias, poemas, cartas...?
cuanto ella desearía que fuesen.
pensamientos o cartas a ella dedicadas.
Ella temía asomarse a mirar.
No por temor a que el la viera.
Si no por miedo a hallar en la habitación.
Alguna otra cara nueva.
Siempre temió encontrar el rostro.
De una mujer o niños que jugaban.
Muchos días ni tan solo abría la ventana.
Para no encontrar al otro lado.
Ningún motivo con que perder la esperanza.
Ella soñaba poca cosa.
Pero ya no sueña nada.
Tiene algo muy valioso, a ella le basta.
Tiene la sonrisa que el le dedicó una mañana.
Una sonrisa para ella. La tiene bien guardada.
Grabada a través de sus ojos.
En cada rincón de la casa.
Ya nunca se siente sola, ya no mira a la ventana.
Ya tiene aquel regalo que necesitaba.
NO necesita más.
Ya es feliz. No teme nada.
¿Quien pudiera como tu gran mujer? Conformarse.
Y ser feliz con una sola sonrisa.
Con una mirada.
María Hoyo
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