Vagaré bajo la sombra y las estrellas que conocen mi frente y sus desvelos, contaré como pétalos sus rayos sin pedir al azar su vaticinio.
Quiero con mis pisadas recorrer hacia atrás, horas que se quedaron extasiadas en el reloj que el sol eternizaba, y repetir: ¡Dios mío! ¡Cuántos nombres!
Criaturas, norte, sur, sólo viento y ceniza, ebrios itinerarios que extraviaron mis brújulas.
Hay algo indefinible entre el follaje, un olor de mujer que no regresa. Ya las palabras no tienen el deleite del labio, se borran en el aire como saetas de humo, caen en la hojarasca ajenas a su rumbo y su herida.
En una escondida copa, el alma ha guardado todas las caricias y cuando la luna me alarga los brazos por sobre los senderos y no encuentro a nadie vivo acerco sus bordes a mi sed.
Sin olvidar que un gran silencio soporta otros silencios, y así se levanta la torre donde habitó la soledad.
A.D
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