En estos tiempos de cháchara, liviandad y estridencias, el silencio es una bendición, un bálsamo. Escasos son los que saben cuándo hablar y cuándo callar; raros los que saben usar los silencios; pocos los que se atienen a las reglas de cortesía necesarias en una buena conversación, diálogo, tertulia o debate. Pocas veces se tiene en cuenta el valor del silencio para una escucha considerada y activa.
Quien respeta las pausas y el silencio en la comunicación es considerado como alguien discreto y educado. Además, el silencio no dificulta el habla, sino que la hace posible. El silencio es la antítesis de la palabra, sin embargo, debido a la gran importancia que tiene en la comunicación humana, hace que habla y silencio sean complementarios.
El silencio no es renuncia, sino contención, pausa, reflexión. El silencio es prudencia. El silencio es elocuente. Hay silencios que dicen más que mil palabras. Hay silencios que gritan, que consienten, que censuran, que claman, que duelen... El lenguaje es palabra y silencio. “Hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar”
(Eclesiastés).— Pedro Serrano Martínez.
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