Muero en la hora y el minuto.
En la molécula incierta de ese tiempo,
que esforzándose en ser, deja de serlo.
Muero en la caricia y en el beso.
En el abrazo de amor y en cada sueño.
En las tinieblas de las noches que me invaden
y la luz de las mañanas que no tengo.
Muero en la idea que abre surcos al futuro,
inmerso en un abstracto porvenir eterno.
Y en cada muerte de mi ser...