El turismo aumenta, pero, a la vez, se ha vuelto algo muy antiguo. Uno de los sitios turísticos más decadentes son las oficinas de turismo. La gente procurar evitarlas, no vaya a ser que te confundan con un turista. Y si entras, lo harás con disimulo, como quien se encuentra por azar y de repente en una cueva rupestre con muchos folletos del paleolítico.
Cuando viajas, puedes huir de muchas cosas, incluso de ti mismo, pero hay algo con lo que de ninguna manera deseas ser identificado. Ser un turista más. Tú eres un viajero, no un turista. Cada vez hay más turismo, pero nadie quiere ser turista. Por eso hay tantas variantes de turismo que se presentan como no turismo, e incluso contraturísticas. Pueden contratarse viajes a zonas de alto riesgo o de guerra. Nosotros, no tanto. Pero habíamos encontrado para la primera semana de julio una alternativa prometedora y cercana. La llamada Rota do contrabando do café, en la sierra de San Mamede, entre el Alto Alentejo y Extremadura. Una ruta agreste y con la naturaleza en vilo, en la que el andar se contagia de una memoria trepidante, de huida y vigilancia. Galegos, Pitaranha, Fuente Oscura, La Fontañera… Aldeas fantasmas, ocultas, al acecho. Lo habíamos conseguido. No nos cruzamos con nadie. Hasta que vimos a una pareja de guardias. Estaban a la sombra de un alcornoque, mientras pasábamos bajo un sol atroz. Saludaron. Los oímos murmurar: “¡Pobres os turistas contrabandistas!”.
Autor: Manuel Rivas