POR FAVOR, un lugar que no sea turístico! Esa es la primera indicación que das o recibes cuando planeas un viaje en pareja o en grupo. A esa misma hora, es probable que decenas o cientos de personas claven sus ojos en esa misma ruta o destino y piensen lo mismo en voz alta: “¡Esta vez vamos a ir a un sitio en el que no haya un puto turista!”.
El turismo fue considerado una bendición en países pobres. En un periodo de la triste historia, en 1959, el gran acontecimiento fue la visita del presidente Eisenhower, que le dio el espaldarazo internacional al dictador Franco a cambio de las bases militares, pero la verdadera celebridad popular sería el visitante que hizo el número de turista 1.999.999, que los contaba Fraga uno a uno. Había una canción dedicada a esta alienígena providencial y que se tarareaba como un alegre himno estadístico. La prueba de que se trataba de una alienígena era su nombre: El Turista 1.999.999.
Es significativo que un baluarte del poder de la dictadura en los años sesenta fuese precisamente el Ministerio de Información y Turismo. El Turismo se convirtió en sinónimo de Optimismo. Los telediarios abrían con esas cifras triunfales del milagro turístico, pero nunca aparecían imágenes del envés: los trenes atestados de españoles en el éxodo emigrante hacia el milagro europeo. También existía el Emigrante 1.999.999.
Autor: Manuel Rivas
