Hay momentos que jamás deberían pasarse de puntillas. El irrepetible tiempo del noviazgo, la educación de los hijos, el descubrimiento y progreso interior, la ancianidad de los padres con fecha cierta de caducidad, las enfermedades y los momentos de hospital.
No se pueden dejar al viento el don de los amigos, las relaciones que te reavivan o confortan, las sorpresas inesperadas del recodo del camino... Todo eso conforma el álbum de fotos de nuestro corazón.
Por eso hay que vivirlos bien conscientes, asentados en nuestra roca interior, exprimiendo las enseñanzas que enriquecen nuestra experiencia. No podemos pasar como un tren, arrastrados y sin dejar huellas exteriores ni interiores. Hay que aprender a caminar la vida y beberla como el mejor de los vinos.
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