Cualquier situación,
por grave que sea,
contemplada a través de los ojos del amor,
se resuelve o acepta más fácilmente
que cuando se prescinde de esta energía.
De hecho, sólo hace falta seguir un principio
para vivir la vida en su plenitud máxima:
VIVIR conscientemente en un estado de amor y emplear la felicidad como piedra angular sobre la que construir nuestras experiencias vitales.
Ahora entiendo que para ayudar a otro ser humano,
en el proceso de curación,
es preciso albergar un amor y compasión incondicionales hacia todas la criaturas vivientes.
Es necesario comprender y aceptar el conjunto de circunstancias, que han llevado a esa persona a la situación difícil,
por la que está atravesando en ese momento.
El comportamiento humano es, de hecho muy simple.
Las personas actúan por amor o por temor.
Cuando lo hacen movidas por el amor están receptivas
y aceptan un flujo constante de energía universal,
que pertenece a todo el mundo por derecho natural.
Su estado es expansivo y son felices..
Sin embargo,
cuando lo hacen movidas por el miedo,
se interrumpe el flujo universal de energía o
bien queda bloqueado en diversos puntos de su cuerpo
y entonces es cuando se experimenta la aparición de la enfermedad.
El miedo puede tomar muchos derroteros.
Esta emoción es la que nos impide escuchar a nuestro yo interior,
y nos lleva a crearnos todo tipo de problemas.
Cuando una persona actúa movida por el miedo,
puedes estar seguro de que hay cierto estado de desequilibrio presente en su vida.
Eso hace que cada célula de su cuerpo pida a gritos
la corrección de ese desequilibrio
y de no corregirse,
aparezcan síntomas físicos,
que finalmente manifestarán la enfermedad.
Gracias al don del libre albedrío, estamos en disposición de cambiar lo que pensamos y sentimos,
y de este modo incorporar un equilibrio
entre cuerpo y espíritu.
El vehículo para lograr este equilibrio es la mente,
que tiene la capacidad de hacer de intermediario
entre cuerpo y espíritu.
Se nos ha concedido la capacidad de razonar,
pensar y crear.
La capacidad para crear es un instrumento muy importante ya que permite visualizar algo que no existe,
y esta nueva visión puede incorporarse a la existencia .
Cuando hacemos un hueco en nuestro horario
para realizar una meditación tranquila,
abrimos la puerta al conocimiento infinito que está siempre presente en el cosmos y que se nos concederá en instantes fugaces de clarividencia.
Estos momentos repentinos de revelación se pueden denominar presentimientos o intuición.
Si aprendemos a confiar en nuestra intuición,
incorporamos a nuestras vidas cotidianas este tipo de conocimiento,
y tomamos la decisión de emplearlo con inteligencia, podemos crear un equilibrio interior básico para disfrutar de una salud perfecta.
Cuando hayamos alcanzado un estado de alegría interior que podamos mantener con nosotros a lo largo de todo el día,
incluso en momentos de adversidad,
podremos estar relativamente seguros
de que avanzaremos en la dirección correcta
para disfrutar de una buena salud.
Aunque muchas veces la gente consigue aliviar sus dolencias con tratamiento médicos convencionales,
a los pocos meses o años vuelve a aparecer.
¿Por qué?
Pues porque los modelos de pensamiento que crearon la enfermedad, no han sido tratados.
No basta con ocuparse solamente de los síntomas
de una enfermedad.
Hay que encontrar y eliminar la raíz del problema
o ésta volverá a aparecer
o se manifestará de alguna otra forma.
Es aquí donde la meditación resulta de gran utilidad.
Si una persona puede ahondar en su naturaleza espiritual lo suficiente como para entender qué provocó la enfermedad en un principio
y luego tener el valor necesario para librarse de los patrones de pensamiento que la llevaron a ello,
habrá emprendido el camino hacia una forma de vida más dichosa,
libre de enfermedad.
Toda curación se origina en el interior.
De todas las leyes universales relacionadas con la curación, la más básica y, no obstante,
la más difícil de entender
es la de que ninguna persona cura a otra persona.
No obstante,
en contraste con esta verdad,
si estamos en armonía con nosotros mismos,
podemos comunicar esa armonía a otros
y eso puede ayudar a facilitar la curación.
No podemos dar lo que no tenemos,
pero debemos estar dispuestos a dar lo que tenemos,
ya que ayudando a los demás es como nos curamos a nosotros mismos.
Me atrevería a decir que no puede producirse ninguna curación a menos que haya una respuesta de la conciencia del cuerpo a cualquier influencia externa a la que se exponga a la persona.
A menos que la fuerza vital interior del cuerpo responda a la influencia exterior,
no habrá curación.
(Gene Egidio)