El intenso frío de la noche anterior obligó al pequeño gusano Sirúl a resguardarse bajo los primeros rayos de sol de una inclemente mañana de invierno. Procurando llegar a la meta que la cálida luz del nuevo día le ofrecía, arrastró lentamente su cuerpo, convencido de poder ganarle una pequeña batalla a las sombras. No siempre lo conseguía, por lo que su resbaladizo cuerpo en ocasiones se veía obligado a detenerse y recibir los embates de un frío casi congelante.
Sirúl sabía la importancia de permanecer calmado. Con las pocas fuerzas que le quedaban, se ocultó bajo una delgada capa de tierra esperando encontrar un poco de calor. Enterró como pudo también su cabeza bajo tierra y cerró fuertemente sus ojos deseando que transcurrieran esos larguísimos minutos de incomodidad. La realidad del momento le indicaba a Sirúl que no se expusiera en absoluto a ningún riesgo, debía de ocultase, evitar cualquier movimiento, por más pequeño que éste fuera.
Pero la forma de reaccionar de Sirúl ante las dificultades era diferente de cómo solían hacerlo los demás habitantes del bosque. Confrontaba con frecuencia la cruda realidad con el poder de la imaginación. Esa mañana Sirúl fue testigo de como el alba iluminaba las hojas de los árboles en el bosque gracias al rocío que tan amorosamente las bañaba, simulando miles de pequeños cristales que proyectaban las primeras luces y las primeras sensaciones de calor que el nuevo sol regalaba.
Sirúl salió de su refugio bajo tierra, sacudió su cuerpo y comenzó a desplazarse con pausa. Desafortunadamente los gusanos tienen el inconveniente de no poder avanzar grandes distancias, el arrastrarse representa un gran esfuerzo por lo que sus expectativas de aventura suelen ser generalmente nulas, no obstante, Sirúl pensaba diferente.
Sirúl observó como el rocío de las hojas se transformaba en pequeñas líneas de agua que en sincronía con el viento formaban minúsculos riachuelos lo suficientemente navegables, con admirable paciencia, Sirúl abordó una hoja que lo trasladaría sobre un arroyo de mayor caudal.
Cualquier otro gusano hubiera preferido permanecer en la tranquilidad de su refugio, encerrado bajo la oscuridad de un mundo que les limitaba acceder a nuevos horizontes. La realidad es que Sirúl navegaba sobre una amarillenta hoja a gran velocidad, ni la posibilidad de caer a las turbulentas aguas o exponerse a convertirse en el desayuno de los muchos animales que lo asechaban le representaba temor alguno.
Sirúl no podía dejar de vivir bajo un permanente estado de entusiasmo, era fiel testigo de cada uno de los sucesos que acompañaban su vida. Navegaba admirando un bosque que se mecía al sonido de las aguas, celebrando el canto de los pájaros, percibiendo las luces multicolores que se mezclaban armoniosamente con la vegetación y los majestuosos árboles que a pesar de alcanzar los cielos como nadie, siempre permanecen arraigados, con gran orgullo a la madre tierra.
La hoja que transportaba a Sirúl se atoró frente a una barrera de troncos. El viaje había terminado, se proponía bajar a tierra firme, pero aguardó todavía algunos minutos. Era ya mediodía, cientos de nubes blancas como algodón se movían bajo su mirada atenta en un cielo que se vestía de un color azul profundo, tan profundo como la imaginación de Sirúl que luchaba en contra de una realidad, la de tener una débil capacidad visual característica en los gusanos de su especie. Esto no le impedía a Sirúl el crear un mundo fantástico gracias a la ayuda de sus otros sentidos y de sus numerosos amigos que le describían con mayor detalle todo aquello que él no podía distinguir a placer.
Así pues, Sirúl sabía que las flores eran del color del canto de los pájaros y las luces del alba, ráfagas de luz intensa, que al fundirse con las sombras, dibujaban un mundo color libertad.
Sirúl se arrastró hacia el tronco de un gran árbol, comenzó a subir con lentitud hasta llegar a la parte más alta, la noche se hacía presente, la luna llena iluminaba el bosque y un cielo estrellado le indicaba a Sirúl que siempre es posible vencer a la temerosa oscuridad.
Iván Alatorre Orozco