Un exitoso empresario estaba una mañana en una playa trabajando
con su ordenador cuando un campesino se le acercó para venderle
unos cocos. El empresario le compró un par de piezas y comenzaron
a conversar.
El campesino llevaba desde niño vendiendo cocos, todos los días.
Cuando alcanzaba el suficiente dinero para comprar comida y
otras necesidades que le surgían, dejaba de vender y se iba con su
familia.
Con el tiempo se las había ingeniado para vender a turistas todo tipo
de cosas, pero siempre había mantenido la misma filosofía: acababa
de vender cuando conseguía el dinero para lo que necesitaba.
Al empresario, desde niño, se le habían ocurrido diferentes maneras
de conseguir dinero y empezó a ahorrar. Después abrió un pequeño
negocio donde trabajaba día y noche, y ahorró mucho hasta poder
hacer una pequeña inversión. Poco a poco, trabajando duro, creó una
empresa con un par de trabajadores. En 5 años tenía 10 trabajadores
y empezó a ampliar el tipo de negocios. Hoy tenía muchos proyectos,
era una persona “rica”.
Cuando se despidieron, el campesino y el empresario reflexionaron
sobre aquella conversación, llegando ambos a la misma conclusión:
“Vaya forma de vivir, qué lástima de vida, cómo desperdicia
su tiempo”.
Autora: Raquel Valdazo
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