Está claro que la concepción de felicidad nunca va a ser para dos individuos la misma. Por mucho que se asemejen, siempre va a haber algo
que las diferencie. Y, en cierto modo, es bueno que cada uno tenga su propia idea de la felicidad y de lo que le hace feliz,
porque sino todos tendríamos los mismo gustos y nos conformaríamos todos con lo mismo. Qué aburrido sería el mundo entonces, ¿no?
En lo que respecta a la sociedad, por supuesto que ha modificado nuestra visión de eso que nos hace felices.
¿Qué hace que la felicidad de unos sea tener un coche o una casa? ¿Qué impulsa a otros a ser felices porque ha ganado el equipo
de su ciudad? Todo eso lo ha impuesto la sociedad. Pero, cuidado, no nos confundamos con esto: la sociedad condiciona,
sí, pero la sociedad somos todos y cada uno elegimos qué, de todo lo que el mundo en que vivimos, nos hace felices.
Por tanto, seamos cada uno felices con lo que nos de esa sensación magnífica de estar en la cima del mundo, y dejemos
que los demás hagan y sientan eso también, porque lo de menos es lo que puede ser o lo que lo condiciona. Lo más importante
de la felicidad es poder llegar a sentirla.
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